Supra-horizonte

Es tan adorable. Siempre antes de salir de compras, Claudia lo organiza todo con una minuciosidad admirable, que no sé de quién ha heredado, seguro que no de mí. Se sienta en su computadora, entra en Internet, imprime el mapa interior del centro comercial al que iremos (una hoja por piso, por si las dudas), selecciona las tiendas que más le interesan, traza el recorrido exacto que haremos bajo su suave mando, y elige el restaurante en el comeremos.

A veces, si tiene tiempo (y ella siempre encuentra tiempo para planear cada pequeño evento familiar), imprime también unas hojas con las fotos o los dibujos de los artículos que desea comprar y calcula cuanto habrá (habremos) de gastar.

En alguna ocasión, al llegar al centro comercial, Claudia se ha dado cuenta, fastidiada, de que olvidó sus papeles, sus mapas, su detallado plan de compras y actividades, pero, recuperada del mal rato (porque nada le irrita más que perder algo), ha retomado el control y nos ha guiado confiando sólo en su memoria, lo que no deja de asombrarme.

Natalia, su hermana menor, dos años menor que ella, revela poco o nada de interés en comprar ropa, todo lo contrario de Claudia, que sigue con fascinación las ultimas tendencias en cuento a moda, siempre buscando combinaciones atrevidas y originales que resalten su belleza adolescente.

Natalia entra en las tiendas de ropa, echa una mirada displicente, aburrida, curiosea sólo para cumplir conmigo (que le pido que busque bien, a ver si por fín encuentra algo que le guste) y sentencia sin ninguna tristeza, se diría que aliviada, que nada le gusta y que además nada le queda, que no hay ropa de su talla en esa tienda, ni en ninguna tienda en toda la ciudad.

En realidad, a Natalia, como a mi, la ropa la aburre, y le da igual ponerse cualquier cosa, aunque no le da igual que su hermana se ponga cualquier cosa suya, eso la enfurece y la hace llorar, porque Claudia a veces se pone ropa suya sin pedirle permiso y Natalia dice que no es justo porque ella tiene mucho menos ropa que su hermana y, a pesar de eso, le quitan la poca ropa que tiene.

Yo naturalmente, la defiendo y le sugiero que se compre más ropa, pero ella no quiere comprarse ropa, se aburre, prefiere sentarse en un café conmigo a comer un croissant, mientras su hermana sigue probandose cosas lindas frente al espejo.

Natalia lo que de verdad quiere es comprar ropa para sus mascotas en una tienda que se llama Petworld, y que la hace más feliz que cualquier otra tienda de esta ciudad.

Allí sí, ella se entusiasma, despierta, revive, salta y baila de alegría, mientras elige, empujando el carro metalico, ropas, camitas, cochecitos, comidas, juegos, vitaminas, y toda clase de sorprendentes chucherías para sus perros, sus gatos, su hurón, su tortuga, sus conejos y sus cotorras amaestradas, a las que está tratando de enseñar a que digan nuevas obscenidades.

En la casa, Claudia disfruta enormemente ordenando y probándose la ropa, ordenando toda la ropa, la suya y la nuestra. Lavandola, secándola y desplegándola con sumo cuidado y delicadeza en los cajones de los vestidores.

También parece gozar tendiendo las camas, limpiando la cocina, poniendo cada cosa en el lugar exacto en el que, según ella, debe ir. Yo admiro su amor por el orden y la limpieza, su esmero por hacerlo todo con tanta prolijidad, y me digo en silencio que de mí no ha heredado esas formidables habilidades domésticas (porque no limpio la casa nunca), y que es una maravilla tenerla en la casa, en mi vida.

Natalia, mientras tanto, se dedica a una de sus persistentes y curiosas inquietudes: medir la temperatura.

Sintoniza el canal del tiempo (mi padre solía hacer eso, le gustaba saber el clima de las principales ciudades del mundo), saca los termómetros que ha comprado, los coloca en lugares estratégicos y, trás unos minutos de impaciente estudio, determina qué temperatura hace en la casa, en la terraza, en el jardín, al sol, a la sombra y en la piscina.

Luego concluye (porque siempre llega a esta conclusión, sin importar si hace más frío o más calor) que debemos meternos a la piscina cuanto antes.

Pero la piscina, cuando deslizo los pies sobre ella, está helada, y entonces Natalia multiplica sus esfuerzos para convencerme de que nos metamos juntos, porque sóla no le hace ninguna ilusión, y al final consigue empujarme y meterme al agua. Y es allí, en el agua, donde ella parece más feliz, Claudia, entretanto, mira películas o lee un libro en íngles o planea el día siguiente.

A Natalia no le interesa nada de eso, ni el futuro ni los estudios. Natalia lo que quiere es zambullirse, bucear, nadar, saltar al agua, sacar de las profundidades de la piscina cosas que me obliga a tirar.

Natalia encuentra en el agua (de la piscina, del mar, de las duchas a las que se mete varias veces al día) unas formas de felicidad, de euforia, que me dejan maravillado, y que sin duda tampoco ha aprendido de mí. Muy rara vez se pelean (y, cuando eso ocurre, el origen del conflicto suele estar en que una ha usado sin permiso algo que le pertenece a la otra, generalmente ropa).

Cuando las encuentro discutiendo, pellízcandose o tirandose cosas, trato de separarlas y distraerlas con una película, cada una en su cuarto, y no preguntar quién tiene la razón ni tomar partido por ninguna, aunque, cuando es inevitable, suelo defender a Natalia, no importa que al parecer no tenga la razón, sólo porque es la menor y porque es y será más baja que Claudia y porque se saca notas no tan buenas como su hermana y porque es más vulnerable y cuando la humillan se encoge y llora en silencio de un modo que me conmueve, como lloró anoche en el restaurante japonés, quejándose porque no encuentra en la ciudad una tienda que tenga ropa que le guste y que sea de su talla.

Posesión

Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitas a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa, hay horas en que me atormenta que me ames (cómo te gusta usar el verbo amar, con qué cursilería lo vas dejando caer sobre los platos y las sábanas y los autobuses), me atormenta tu amor que no me sirve de puente porque un puente no se sostiene de un sólo lado, jamás Wright ni Le Corbusier van a hacer un puente sostenido de un sólo lado, y no me mires con esos ojos de pájaro, para vos la operación del amor es tan sencilla, te curarás antes que yo y eso que me querés como yo no te quiero.

Rayuela. Julio Cortazar

Tu madre sabe mejor

-De ninguna manera van a servir cerveza en tu fiesta -dice Sofía.
-Pero en todas las fiestas sirven cerveza, mami -dice Constanza.
-Es una fiesta de trece años -dice Sofía.
-Pero van a venir chicos de quince -dice Constanza-. Tengo un montón de amigos de quince.
-¿Y qué? -pregunta Sofía.
-¿No entiendes? -dice Constanza. Todos los chicos de quince toman cerveza. Todos.
-Mala suerte -dice Sofía-. En la fiesta de mi hija de trece años no se va a servir cerveza. Yo no lo voy a permitir.

-¿Vas a venir por el día del padre, amor? -pregunta mi madre.
-No mamá, me voy a quedar en Santiago -digo.
-Pero, ¿como vas a estar lejos de tus hijas el día del padre?
-Ya lo celebramos el domingo pasado.
-Pero tienes que estar con ellas este domingo, si no vienes se van a quedar desconcertadas.
-¿Tu crees?
-Sí, claro, tienes que venir, sino tus hijas van a quedar traumadas.
-Pero no es tan importante mamá, ellas saben que las quiero, no tengo que ir a Buenos Aires para demostrarles que las quiero.
-¿Pero como te vas a quedar solito para el día del padre? ¿Quieres que vaya hasta haya para traerte?
-No, mamá, mil gracias.
-Mira que si me lo pides, yo voy feliz.
-No, gracias, qué amor.
-Y no te preocupes, que yo me pago mi pasaje y si quieres el tuyo también.

-Mi papi me ha dicho que me da permiso para que sirvan cerveza -dice Constanza.
-No me importa lo que él diga, aquí la que decido soy yo -dice Sofía.
-No es justo, tu no vas a pagar la fiesta, la paga mi papi -dice Constanza.
-La pagará tu papá, pero el no sabe cómo son las fiestas -dice Sofía.
-Tú tampoco sabes -dice Constanza.
-Yo sí sé -dice Sofía. Yo iba a fiestas cuando tenía tu edad y nadie tomaba cerveza.
-Eso era hace treinta años, mamá -dice Constanza. Ahora las cosas han cambiado.
-No quiero que en la fiesta de mi hija hayan chicos borrachos vomitando -dice Sofía.
-Nadie va a vomitar, mamá -dice Constanza.
-¿No sabes que hay una cosa que se llama "coma alcoholico"? -dice Sofía. La gente se muere por tomar.
-¿Y entonces porqué tomas? -pregunta Constanza.
-Yo sólo tomo socialmente -dice Sofía.
-Ja -dice Constanza-. Socialmente. Todos los fines de semana llegas oliendo a trago.
-No me faltes el respeto -dice Sofía. Soy tu madre. Y soy mayor de edad.
-¿Y a los mayores de edad no les da "coma alcoholico"? -dice Constanza.

-Traté, pero no pude.
-¿No pudiste dormir, amor?
-Me quede dormido, pero me despertaba a cada rato con pesadillas.
-Mi bebe, no sabes cuanto me preocupa tu salud.
-Tuve las pesadillas más horribles. Sólo aguante 2 horas y me vestí.
-¿Te pusiste medias?
-Sí.
-Pero mi amor, es Buenos Aires. Cómo puedes dormir con medias, es algo contra-natura.
-Todo en mi vida es contra-natura, mamá.

-¿Tu tomas cerveza? dice Sofía.
-Ovbiamente no, mamá -dice Constanza.
-Entonces no tiene sentido que sirvan cerveza -dice Sofía. Yo a los trece tampoco tomaba cerveza.
-Mi papá dice que sí - dice Constanza.
-Tu papá no sabe lo que es normal -dice Sofía.
-¿O sea que mi papá es anormal? -dice Constanza.
-Yo no he dicho eso -dice Sofía.
-Si has dicho eso - dice Constanza.
-Lo que dicho es que lo normal es los mayores tomen cerveza y los menores no -dice Sofía.
-Mi papá es mayor y no toma cerveza -dice Constanza.
-Eso es anormal -dice Sofía.

-Te llevaste a Buenos Aires la foto de tu papi que te regale enmarcada? -pregunta mi madre.
-Sí, mamá- digo.
-¿La has puesto en tu mesa de noche?
-No, mamá.
-¿Donde la has puesto? ¿No la habrás dejado en Santiago?
-La tengo en el clóset.
-¿Porqué en el clóset, amor?
-No sé. No puedo verla.
-Pero si tu papi sale lindo, sonriendo.
-Sí. Pero cuando veo la foto me da miedo.
-Pero tu papi está en el cielo y te quiere, mi amor.
-Puede ser, pero cuando tengo pesadillas siempre aparece él.
-Pon la foto de tu papi en la mesa de noche y vas a ver que se terminan las pesadillas, amor.
-No puedo, mamá. No puedo.

Burbuja

El estudiante imaginario
despierta en días imaginarios
buscando porqueses imaginarios
a su vida imaginaria
va a la universidad imaginaria
a encontrar respuestas imaginarias
con proyecciones imaginarias
exige cualidades imaginarias
igualdades y libertades imaginarias



ij
El estudiante imaginario
por un futuro imaginario
lucha contra un sistema imaginario
con represión imaginaria

por becas imaginarias
para una educación imaginaria
para otros imaginarios
que no pueden imaginar.

Ladrona

Antonia es escritora. Escribe novelas y crónicas. En ellas suele escribir sobre su intimidad. No le interesa escribir sobre lo que no conoce o lo que no le toca el corazón.

Sólo escribe de lo que conoce, lo que ha vivido, lo que ha dejado una huella más honda en su memoria.

Al hacerlo, escribe también, es inevitable, sobre las personas que más influencia han tenido en su vida sentimental, con las que ha compartido de alguna forma, apacible o peligrosa, de intimidad: sus padres, sus amigos, sus amantes, la gente que ha estado en su vida y ha dejado un recuerdo poderoso, imborrable en él.

Antonia no sabe escribir de otra manera, no quiere escribir de otra manera. No le interesa escribir sobre vidas que no conoce, sobre conflictos que no son los suyos, sobre temas que no le duelen u obsesionan, sobre desconocidos imaginarios, personajes de cartón, criaturas sin alma que no despiertan ninguna emoción en ella.

Antonia siente que, como escritora, tiene derecho a contar su vida, su intimidad, sus recuerdos más perturbadores.

No ignora que, al hacerlo, distorciona su pasado, lo afea o embellece, lo corrompe y exagera, se inventa una vida ficticia que no ha vivido del modo más o menos afiebrado en que la narra, pero que tal vez le hubiera gustado vivir.

Por eso, la intimidad que cuenta en sus novelas y sus crónicas es la suya y no es la suya, porque se basa en su vida, pero no es, en rigor, la que ha vivido sino la que cree o recuerda haber vivido, que ya no es lo mismo, porque la memoria y el tiempo conspiran minuciosamente contra la verdad, y la que luego escribe, fabula o fantasea a partir de esos recuerdos, termina siendo una cosa completamente distinta, mejor o peor, generalmente peor, de lo que en realidad vivió.

Sin embargo, muchas de las personas que, por culpa del destino o porque así lo han querido, han visto sus vidas confundidas con las de Antonia -sus familiares, sus amigos, sus amantes, sus compañeros de trabajo- creen que no tenía derecho a contar esas cosas tan privadas, aquellos secretos más o menos inconfesables, unos asuntos contrariados o felices, que piensan ellas, pertenecían al ámbito de su intimidad y que, al recrearlos y publicarlos en la forma de una novela o una crónica, ella ha expuesto indebidamente, faltando al pudor, a la discreción y al respeto a una sacrosanta privacidad que esas personas sienten que ha sido violentada, traicionada, y peor aún, falseada, porque, en efecto, las cosas que cuenta Antonia no son como ellas las recuerdan sino como ella, arbitraria y caprichosamente, se ha inventado.

Desde que publicó su primera novela hasta la ultima de sus crónicas, a Antonia le han hecho ese reproche, le han enrostrado ese reclamo airado: "No tenías derecho a contar".

Se lo han dicho en tono más o menos aspero, en público o en privado, sus padres, algunos de sus hermanos, el hombre que más amó, sus amantes reales e imaginarios, los amigos que perdió y los hombres que intentó amar.

Antonia cree por eso que aquel antiguo conflicto ético entre el derecho de un escritor a contar su vida (en forma de ficción o directamente de memorias) y el derecho de otras personas de proteger su intimidad, impidiendo que el escritor cuente su vida, sólo puede ser zanjado del modo en que triunfen, ante todo, el arte, la belleza y las más insolente verdad (o la oscura y quebradiza verdad que es la que se resigna a contar el escritor), y en que fracasen así las conspiraciones del silencio, de la chatarra moral, del falso honor, y las mentiras en el armario o bajo la alfombra, que son las pregonan los defensores de esa curiosa decencia social del escritor, si lo es de verdad, se verá obligado a dinamitar aún a riesgo de quemarse las manos y el honor.

Días de Otoño

Suben, bajan, corren. Viven, caen, crecen. Van día a día en el mismo sentido, tal conductor que sólo debe poner atención al camino. Y el dedo indice es el primero en levantarse. Subes la cabeza, ves la puerta, la pared, ya es de día. Lees lo que escribí. Caminas al baño, te bañas y te vistes.

Te vistes y te vas. Ves tu reflejo y te aseguras que sigues igual que ayer. Hasta la hora no escuchas a nadie. Tienes sueño. Todavía. Bajas la escalera sin borde y a la cocina. Mil vueltas. Dormiste hacia un lado y te despertaste hacia el otro. ¿A todos nos pasa, no?

No hay sonrisas en tu casa, es de mañana. Todos quisieran seguir soñando. Pero hay que ir a construir los sueños. Dices que soñaste algo raro. Se abre la reja y se van. Prendes la radio. A la misma hora, la misma estación. Llegas temprano y te sientas. Sales, hay un gran patio, te gusta caminar. Hasta ahora no escuchas a nadie. No hay nadie.

Llegan personas que ves todos los días. Fabricas un sonrisa, y saludas. Vas al baño. Ves tu reflejo y te aseguras que sigues igual que antes. ¿A todos nos pasa, no? Un hombre habla adelante y escribes. Una mujer habla adelante y escribes. Un hombre habla adelante y escribes. Da vuelta, caminas. No lo hacias antes, pero te dijeron que hacia bien de vez de cuando.

Te vienen siguiendo. Tu igual sigues a otra persona. El sol tambien te sigue. ¿A todos nos pasa, no? Llegas, corres, y te vas. Es buen lugar, hablas con todos, el camino te pareció más largo. Los edificios tapan el sol que te seguía. Te comunicas por un aparato, lo dejas en tu oido un momento. Tienes un bonito pelo, corres por el patio. ¡Te has caido! ¡Tu pierna izquierda está mal eh! No podias caerte pero fue un accidente. Hasta ahora, no escuchas a nadie. Tienes demasiado en lo que ocuparte.

Histeria: Esta guerra recién comienza

Tocan la puerta. Agazapado, trato de espiar a la persona que está afuera. Es una mujer.
Vuelven a tocar. No tocan el timbre porque no hay timbre. No hay timbre porque lo he desconectado.

Un día vinieron unas mujeres y no pararon de tocar el timbre hasta despertarme. Me dijeron en ingles que querían venderme galletas -eran extranjeras-. Les dije en español: Vayan a venderle galletas a San Puta. Ese día desconecté el timbre y pegué un papel que dice: "No tocar la puerta antes de las dos de la tarde en ningún caso".

Ese papel sigue pegado, pero son las cuatro de la tarde. Por eso abro.
-Buenas tardes -dice la mujer. Soy su vecina. El ruido de su aire acondicionado me está matando.
-No sé a que se refiere -le digo. Tengo el aire apagado.
-Hace un leve gesto de fastidio o contrariedad, como si no me hubiera creído.
-Pues hay un ruido que viene de su jardín que no me deja dormir -dice.
-No sé de que me está hablando -le digo.
-Dejeme mostrarle -dice ella.

Luego entra al jardín por la puerta lateral. Camino detrás de ella. La mujer señala una maquina negra que está encendida.
-Es la bomba de la piscina -le digo. No es el aire a condicionado.
-Me da igual -dice ella. Ese ruido me está volviendo loca.
-No lo había notado -le digo.
-Pero algo hay que hacer -dice ella. Ese ruido no es normal.
-¿Le parece? -pregunto. Yo diría que este ruido no molesta gran cosa comparado con el ruido de su perro.

Me mira, entre sorprendida y furiosa.
-No tengo un perro -dice.
-Qué raro -le digo. Porque todas la mañanas me despiertan los ladridos de un pero que juraría que está en su casa.
-No es mi perro -dice ella. Es el perro del vecino de allá -añade-, y señala la casa al otro lado de su jardín.
-Bueno -le digo. Veré qué puedo hacer.
-Esta noche tengo una cena -dice. Por favor apague ese ruido.

La veo irse caminando deprisa. Vuelvo a la bomba y la apago.
Esa noche escucho la música, los gritos, las risotadas en casa de la vecina. Son las cuatro de la mañana y no puedo dormir porque no paran de dar gritos. Bajo al jardín y enciendo la bomba. Si quiere ruidos a las cuatro de la mañana, ruidos tendrá.

Tocan la puerta. Ya amaneció. Despierto asustado. Es la policía. Me dice que la vecina se ha quejado de unos ruidos molestos que provienen de mi casa. Le digo que es insólito que me despierten por una queja caprichosa, que no he hecho ningún ruido. Me dice que la vecina alega que una maquina averiada genera un ruido insoportable. Caminamos hasta la bomba de la piscina.

-¿Le parece que este ruido es excesivo? -le pregunto.
-Sí -dice el policia. Este ruido no es normal. La bomba está dañada. Por eso hace tanto ruido. Debe cambiarla.
Desconecto la bomba y me quedo en silencio, humillado.
Apenas se va, vuelvo a la cama a tramar mi venganza.

Más tarde llamo a la policía y me quejo de que en la casa de mi vecina hay un perro que no me deja dormir. Poco después llega la policía. Espío desde la ventana. Por suerte es otro oficial. Habla con la vecina. No mucho después viene a mi casa.

En esa casa no hay ningún perro -me dice.
Es imposible -le digo-. Yo lo escucho todas las mañanas.
La señora me dice que no tiene perros y no tengo por qué no creerle -dice.
Esa madrugada salgo al jardín y enciendo la bomba para molestar a la vecina.
A la mañana siguiente encuentro una nota: "Idiota, no me dejas dormir".
Llevo una nota y la dejo en la alfombra de puerta de la vecina: "Yo cambio la bomba si tú callas a tu maldito perro".

Por la tarde apago la bomba unas horas. Pero en la noche salgo a prenderla para que la vecina no pueda dormir. A la mañana despierto con ladridos de perro. Salgo al jardín, la bomba está apagada. La vecina ha entrado y la ha apagado ella misma.
Su perro vuelve a ladrar. Estoy seguro de que en esa casa hay un perro.
Me acerco a la piscina . Veo tres libros hundidos al fondo. Son tres novelas mías. La vecina ha arrojado a mi piscina tres novelas mías.

El perro vuelve a ladrar. Tengo que encontrar una manera de entrar a esa casa, secuestrar al perro y callarlo para siempre.

Esta guerra recién comienza.

El Limite

Todavía no alcanzo a ver, entre las brumas de mis recuerdos - que son como fotos cubiertas de humo-, la sorpresa en tu rostro cuando me viste entrar, con estudiada timidez, en la cafeteria Around the Corner, en la que trabajabas de camarera. No me esperabas. No sabías que llegaría esa mañana de invierno a Punta del Este; menos te imaginabas que había conseguido la dirección de la cafeteria sólo para encontrarte desprevenida, sólo para demostrarte -con mi repentina aparición, con esas rosas para ti- cuánto te seguía queriendo. Tenías un pequeño delantal blanco que te cubría hasta las rodillas y llevabas una bandeja con un plato de comida y un refresco -como le dicen haya-.

Toda una camarera, la más linda sin duda del departamento de Maldonado. Que ese invierno irradiaba, como yo irradiaba en deseos de abrazarte en medio de esa bulliciosa cafeteria. Me miraste, paralizada por mi súbita presencia, dijiste fideo loco, qué haces aquí, dejaste a toda prisa el pedido que llevabas, me quitaste el vaso sin cafe que llevaba y viniste a abrazarme con tanto cariño, que algunos en la cafetería, al ver mis flores y nuestra emoción y tus brazos rodeandome, aplaudieron graciosamente: Fue una interpretación libre y tercermundista de Le Fabuleux Destin, pelicula que vimos juntos y que aparte de reaccionar por la pelicula, cambió por unos días el curso de mi vida- y sobretodo de mi manera de andar, pues a la salida del cine tú fuiste testigo, yo trataba de caminar con el olimpico aire de triunfador del protagonista y sentía que mi única ambición era ser como él en la pelicula.

Aquel encuentro en Around the Corner, un día cualquiera a las 3 de la tarde interrumpiendo tu esmerada rutina y sorprendiendo a tus amigas camareras, que me saludaron todas con simpatía -salvo una que sólo tenía ojos para ti- fue sin duda uno de los momentos más hermosos de nuestra amistad. ¿Que será de ese lugar si ya lo dejaste? ¿Existirá todavía?. Si algún día regreso a Punta del Este, me tomaré una foto allí donde te sorprendí y me abrazaste como si en ese instante no hubiese en el mundo nadie más importante que yo, pero no te la mandaré a tu ciudad, porque entiendo que ya nada quieras saber de mi.

Te diré algo más: esa tarde aprendí a admirar tu espíritu y sentido de la simpleza. Sentado en una esquina, saboreando unos helados de chocolate -que te encantan- y que tú misma me trajiste a la mesa, te vi atender a esos amables comensales charruas con una mezcla de empeño, simpatía, rigor y delicadeza que me dejó deslumbrado.

Me embriaga una sensación dulzona recordar estar en esa mesa, cuando te recuerdo preguntandome, con una media sonrisa, si quería té o café. Te deseaba a tí. Debí pararme, llevarte de la mano a la cocina, y darte un beso lento -como los que tú me enseñaste. No importa que nunca más me ofrezcas, con tu delantal y tu libreta, un postrecito más. Bastó con aquella tarde. Nunca mejor atendido.

Phoenicoperus

He vuelto. Y volver es siempre parte de un ciclo emprendido. Para mi, los viajes siempre han sido una oportunidad para abrir la mente, saber por uno mismo como funcionan otras partes del globo, y para dar espacio a la renovación.

Y para aprovechar el espacio, haré mi propia analogia con el phoenix -todos llegan a hacerla algún día, ¿no?-. Todos la conocen o la han visto, desde el ave de Dumbledore en Harry Potter hasta el logo de la japonesa automotriz Mazda. Para el hombre moderno ha sido EL simbolo del renacimiento fisico y espiritual, de la purificación, del ying chino y de la inmortalidad con la comparación con la resurrección de Jesucristo. Cabe mencionar que para los griegos y los egipcios era semidios simbolizando al Sol -que por cierto muere por la tarde y renace por mañana-.

En el mito, el ave fenix era una de las aves que vivía en el paraíso y anidaba en el rosal. Cuando Eva y Adán fueron expulsados por el pecado original, de la espada del ángel que los desterró saltó una chispa y prendió el nido del fenix. El ave, siendo la única que se había negado a probar la fruta prohibida, se le concedieron algunos dones como la inmortalidad a través de la capacidad de renacer de sus cenizas. Además de esto, sus lagrimas eran curativas. La pureza de sus intenciones facilita sus dones y lo deja alto.

Renovarse siempre es purificarse, porque sacamos lo peor de nosotros para quedarnos con lo bueno. Pero a pesar que renací o renové parte de mí, no puedo compararme con el fenix porque disfrutar de la vida nunca ha sido pureza reconocida por la cultura de estos mitos, y si disfrutar no era parte del itinerario, renovarse parece ser sólo una fantasía, un cuento de hadas.