Ladrona

Antonia es escritora. Escribe novelas y crónicas. En ellas suele escribir sobre su intimidad. No le interesa escribir sobre lo que no conoce o lo que no le toca el corazón.

Sólo escribe de lo que conoce, lo que ha vivido, lo que ha dejado una huella más honda en su memoria.

Al hacerlo, escribe también, es inevitable, sobre las personas que más influencia han tenido en su vida sentimental, con las que ha compartido de alguna forma, apacible o peligrosa, de intimidad: sus padres, sus amigos, sus amantes, la gente que ha estado en su vida y ha dejado un recuerdo poderoso, imborrable en él.

Antonia no sabe escribir de otra manera, no quiere escribir de otra manera. No le interesa escribir sobre vidas que no conoce, sobre conflictos que no son los suyos, sobre temas que no le duelen u obsesionan, sobre desconocidos imaginarios, personajes de cartón, criaturas sin alma que no despiertan ninguna emoción en ella.

Antonia siente que, como escritora, tiene derecho a contar su vida, su intimidad, sus recuerdos más perturbadores.

No ignora que, al hacerlo, distorciona su pasado, lo afea o embellece, lo corrompe y exagera, se inventa una vida ficticia que no ha vivido del modo más o menos afiebrado en que la narra, pero que tal vez le hubiera gustado vivir.

Por eso, la intimidad que cuenta en sus novelas y sus crónicas es la suya y no es la suya, porque se basa en su vida, pero no es, en rigor, la que ha vivido sino la que cree o recuerda haber vivido, que ya no es lo mismo, porque la memoria y el tiempo conspiran minuciosamente contra la verdad, y la que luego escribe, fabula o fantasea a partir de esos recuerdos, termina siendo una cosa completamente distinta, mejor o peor, generalmente peor, de lo que en realidad vivió.

Sin embargo, muchas de las personas que, por culpa del destino o porque así lo han querido, han visto sus vidas confundidas con las de Antonia -sus familiares, sus amigos, sus amantes, sus compañeros de trabajo- creen que no tenía derecho a contar esas cosas tan privadas, aquellos secretos más o menos inconfesables, unos asuntos contrariados o felices, que piensan ellas, pertenecían al ámbito de su intimidad y que, al recrearlos y publicarlos en la forma de una novela o una crónica, ella ha expuesto indebidamente, faltando al pudor, a la discreción y al respeto a una sacrosanta privacidad que esas personas sienten que ha sido violentada, traicionada, y peor aún, falseada, porque, en efecto, las cosas que cuenta Antonia no son como ellas las recuerdan sino como ella, arbitraria y caprichosamente, se ha inventado.

Desde que publicó su primera novela hasta la ultima de sus crónicas, a Antonia le han hecho ese reproche, le han enrostrado ese reclamo airado: "No tenías derecho a contar".

Se lo han dicho en tono más o menos aspero, en público o en privado, sus padres, algunos de sus hermanos, el hombre que más amó, sus amantes reales e imaginarios, los amigos que perdió y los hombres que intentó amar.

Antonia cree por eso que aquel antiguo conflicto ético entre el derecho de un escritor a contar su vida (en forma de ficción o directamente de memorias) y el derecho de otras personas de proteger su intimidad, impidiendo que el escritor cuente su vida, sólo puede ser zanjado del modo en que triunfen, ante todo, el arte, la belleza y las más insolente verdad (o la oscura y quebradiza verdad que es la que se resigna a contar el escritor), y en que fracasen así las conspiraciones del silencio, de la chatarra moral, del falso honor, y las mentiras en el armario o bajo la alfombra, que son las pregonan los defensores de esa curiosa decencia social del escritor, si lo es de verdad, se verá obligado a dinamitar aún a riesgo de quemarse las manos y el honor.

3 comentarios:

Osvaldo Murti dijo...

Me encantó el escrito.
Vida versus relato... de cierta manera, todos nos contamos historias ficticias de nosotros mismos, o más o menos ficticias. Lo que creemos que somos, en realidad personajes de ficción. Y el reconocimiento de la estética, la verdad, la belleza, o la necesidad de superioridad, armas para pelear e intentar defender esa ficción a ultranza...

Andrés Cea dijo...

Antonia, que lindo nombre...

y sobre el escrito, ufffff. Que manera de sentirme reflejado jeje
Pero la verdad, es que cuando más me han reclamado es cuando más repercución han tenido los escritos. Como que toman vida propia, es entretenido eso.

(y así en secreto, la mujer qué más me reclamó que robara vida es la que más me ha hecho sentir cosas lindas hasta hoy)

Saludos, buenos escritos!!

Bavarovich dijo...

Saludos ante todo.
Que bonito escrito.
Eso que le pasa a Antonia no puede ser mas cierto, que lata cuando otra persona te reprocha contra lo que escribes...
Quizas es el precio a pagar por tratar de liberar lo que una siente y al escribirlo estan todos expuestos.

Nos vemos