Tocan la puerta. Agazapado, trato de espiar a la persona que está afuera. Es una mujer.
Vuelven a tocar. No tocan el timbre porque no hay timbre. No hay timbre porque lo he desconectado.
Un día vinieron unas mujeres y no pararon de tocar el timbre hasta despertarme. Me dijeron en ingles que querían venderme galletas -eran extranjeras-. Les dije en español: Vayan a venderle galletas a San Puta. Ese día desconecté el timbre y pegué un papel que dice: "No tocar la puerta antes de las dos de la tarde en ningún caso".
Ese papel sigue pegado, pero son las cuatro de la tarde. Por eso abro.
-Buenas tardes -dice la mujer. Soy su vecina. El ruido de su aire acondicionado me está matando.
-No sé a que se refiere -le digo. Tengo el aire apagado.
-Hace un leve gesto de fastidio o contrariedad, como si no me hubiera creído.
-Pues hay un ruido que viene de su jardín que no me deja dormir -dice.
-No sé de que me está hablando -le digo.
-Dejeme mostrarle -dice ella.
Luego entra al jardín por la puerta lateral. Camino detrás de ella. La mujer señala una maquina negra que está encendida.
-Es la bomba de la piscina -le digo. No es el aire a condicionado.
-Me da igual -dice ella. Ese ruido me está volviendo loca.
-No lo había notado -le digo.
-Pero algo hay que hacer -dice ella. Ese ruido no es normal.
-¿Le parece? -pregunto. Yo diría que este ruido no molesta gran cosa comparado con el ruido de su perro.
Me mira, entre sorprendida y furiosa.
-No tengo un perro -dice.
-Qué raro -le digo. Porque todas la mañanas me despiertan los ladridos de un pero que juraría que está en su casa.
-No es mi perro -dice ella. Es el perro del vecino de allá -añade-, y señala la casa al otro lado de su jardín.
-Bueno -le digo. Veré qué puedo hacer.
-Esta noche tengo una cena -dice. Por favor apague ese ruido.
La veo irse caminando deprisa. Vuelvo a la bomba y la apago.
Esa noche escucho la música, los gritos, las risotadas en casa de la vecina. Son las cuatro de la mañana y no puedo dormir porque no paran de dar gritos. Bajo al jardín y enciendo la bomba. Si quiere ruidos a las cuatro de la mañana, ruidos tendrá.
Tocan la puerta. Ya amaneció. Despierto asustado. Es la policía. Me dice que la vecina se ha quejado de unos ruidos molestos que provienen de mi casa. Le digo que es insólito que me despierten por una queja caprichosa, que no he hecho ningún ruido. Me dice que la vecina alega que una maquina averiada genera un ruido insoportable. Caminamos hasta la bomba de la piscina.
-¿Le parece que este ruido es excesivo? -le pregunto.
-Sí -dice el policia. Este ruido no es normal. La bomba está dañada. Por eso hace tanto ruido. Debe cambiarla.
Desconecto la bomba y me quedo en silencio, humillado.
Apenas se va, vuelvo a la cama a tramar mi venganza.
Más tarde llamo a la policía y me quejo de que en la casa de mi vecina hay un perro que no me deja dormir. Poco después llega la policía. Espío desde la ventana. Por suerte es otro oficial. Habla con la vecina. No mucho después viene a mi casa.
En esa casa no hay ningún perro -me dice.
Es imposible -le digo-. Yo lo escucho todas las mañanas.
La señora me dice que no tiene perros y no tengo por qué no creerle -dice.
Esa madrugada salgo al jardín y enciendo la bomba para molestar a la vecina.
A la mañana siguiente encuentro una nota: "Idiota, no me dejas dormir".
Llevo una nota y la dejo en la alfombra de puerta de la vecina: "Yo cambio la bomba si tú callas a tu maldito perro".
Por la tarde apago la bomba unas horas. Pero en la noche salgo a prenderla para que la vecina no pueda dormir. A la mañana despierto con ladridos de perro. Salgo al jardín, la bomba está apagada. La vecina ha entrado y la ha apagado ella misma.
Su perro vuelve a ladrar. Estoy seguro de que en esa casa hay un perro.
Me acerco a la piscina . Veo tres libros hundidos al fondo. Son tres novelas mías. La vecina ha arrojado a mi piscina tres novelas mías.
El perro vuelve a ladrar. Tengo que encontrar una manera de entrar a esa casa, secuestrar al perro y callarlo para siempre.
Esta guerra recién comienza.
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