Todavía no alcanzo a ver, entre las brumas de mis recuerdos - que son como fotos cubiertas de humo-, la sorpresa en tu rostro cuando me viste entrar, con estudiada timidez, en la cafeteria Around the Corner, en la que trabajabas de camarera. No me esperabas. No sabías que llegaría esa mañana de invierno a Punta del Este; menos te imaginabas que había conseguido la dirección de la cafeteria sólo para encontrarte desprevenida, sólo para demostrarte -con mi repentina aparición, con esas rosas para ti- cuánto te seguía queriendo. Tenías un pequeño delantal blanco que te cubría hasta las rodillas y llevabas una bandeja con un plato de comida y un refresco -como le dicen haya-.
Toda una camarera, la más linda sin duda del departamento de Maldonado. Que ese invierno irradiaba, como yo irradiaba en deseos de abrazarte en medio de esa bulliciosa cafeteria. Me miraste, paralizada por mi súbita presencia, dijiste fideo loco, qué haces aquí, dejaste a toda prisa el pedido que llevabas, me quitaste el vaso sin cafe que llevaba y viniste a abrazarme con tanto cariño, que algunos en la cafetería, al ver mis flores y nuestra emoción y tus brazos rodeandome, aplaudieron graciosamente: Fue una interpretación libre y tercermundista de Le Fabuleux Destin, pelicula que vimos juntos y que aparte de reaccionar por la pelicula, cambió por unos días el curso de mi vida- y sobretodo de mi manera de andar, pues a la salida del cine tú fuiste testigo, yo trataba de caminar con el olimpico aire de triunfador del protagonista y sentía que mi única ambición era ser como él en la pelicula.
Aquel encuentro en Around the Corner, un día cualquiera a las 3 de la tarde interrumpiendo tu esmerada rutina y sorprendiendo a tus amigas camareras, que me saludaron todas con simpatía -salvo una que sólo tenía ojos para ti- fue sin duda uno de los momentos más hermosos de nuestra amistad. ¿Que será de ese lugar si ya lo dejaste? ¿Existirá todavía?. Si algún día regreso a Punta del Este, me tomaré una foto allí donde te sorprendí y me abrazaste como si en ese instante no hubiese en el mundo nadie más importante que yo, pero no te la mandaré a tu ciudad, porque entiendo que ya nada quieras saber de mi.
Te diré algo más: esa tarde aprendí a admirar tu espíritu y sentido de la simpleza. Sentado en una esquina, saboreando unos helados de chocolate -que te encantan- y que tú misma me trajiste a la mesa, te vi atender a esos amables comensales charruas con una mezcla de empeño, simpatía, rigor y delicadeza que me dejó deslumbrado.
Me embriaga una sensación dulzona recordar estar en esa mesa, cuando te recuerdo preguntandome, con una media sonrisa, si quería té o café. Te deseaba a tí. Debí pararme, llevarte de la mano a la cocina, y darte un beso lento -como los que tú me enseñaste. No importa que nunca más me ofrezcas, con tu delantal y tu libreta, un postrecito más. Bastó con aquella tarde. Nunca mejor atendido.
He vuelto. Y volver es siempre parte de un ciclo emprendido. Para mi, los viajes siempre han sido una oportunidad para abrir la mente, saber por uno mismo como funcionan otras partes del globo, y para dar espacio a la renovación.
Y para aprovechar el espacio, haré mi propia analogia con el phoenix -todos llegan a hacerla algún día, ¿no?-. Todos la conocen o la han visto, desde el ave de Dumbledore en Harry Potter hasta el logo de la japonesa automotriz Mazda. Para el hombre moderno ha sido EL simbolo del renacimiento fisico y espiritual, de la purificación, del ying chino y de la inmortalidad con la comparación con la resurrección de Jesucristo. Cabe mencionar que para los griegos y los egipcios era semidios simbolizando al Sol -que por cierto muere por la tarde y renace por mañana-.
En el mito, el ave fenix era una de las aves que vivía en el paraíso y anidaba en el rosal. Cuando Eva y Adán fueron expulsados por el pecado original, de la espada del ángel que los desterró saltó una chispa y prendió el nido del fenix. El ave, siendo la única que se había negado a probar la fruta prohibida, se le concedieron algunos dones como la inmortalidad a través de la capacidad de renacer de sus cenizas. Además de esto, sus lagrimas eran curativas. La pureza de sus intenciones facilita sus dones y lo deja alto.
Renovarse siempre es purificarse, porque sacamos lo peor de nosotros para quedarnos con lo bueno. Pero a pesar que renací o renové parte de mí, no puedo compararme con el fenix porque disfrutar de la vida nunca ha sido pureza reconocida por la cultura de estos mitos, y si disfrutar no era parte del itinerario, renovarse parece ser sólo una fantasía, un cuento de hadas.